Origen del mito
Aristófanes ya había hablado de este mito, pero fue Platón en su libro El Banquete el que desarrolla la idea por primera vez.
Cuenta que en un principio los hombres eran completamente redondos, con dos caras, cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos sexuales. Eran tres los géneros: un femenino, un masculino y un andrógino que participaba de ambos. La hembra era descendiente de la Tierra, el macho lo era del Sol, y el andrógino de la Luna.
Los seres humanos tenían formas redondeadas: la espalda y los costados colocados en círculo. Contaban con cuatro brazos, cuatro piernas, dos rostros y una sola cabeza. El andrógino era un tipo especial que poseía los dos sexos. Eran muy fuertes e intentaron invadir el Monte Olimpo, lugar donde viven los dioses, pero Zeus les lanzó un rayo y quedaron divididos. Desde entonces, se dice que el hombre y la mujer andan por la vida buscando su otra mitad.
Concepto de la media naranja
La expresión “media naranja” es comúnmente utilizada para referirse a ese amor ideal en el que dos seres se encuentran, se enamoran a primera vista y viven felices por el resto de sus vidas.
La idea básica de éste mito, es que cada una de las personas que conforma la pareja es la mitad exacta de una unidad que se completa cuando encaja con la otra. Existe entonces un impulso que lleva a cada persona a buscar su complemento: su “media naranja”, su “príncipe azul” o su “princesa rosada”.
Hay quienes piensan que cada individuo es incompleto, por lo tanto debe buscar otro individuo igual a él para unirse y formar una familia. Este concepto es erróneo, pues la idea de que cada persona sea solo la mitad de una unidad, presupone no solamente que nuestra individualidad es obsoleta, sino que debemos ser idénticos a nuestra “otra” mitad para que todo funcione.
Existe la creencia de que amar es coincidir en todos estos aspectos sin tener en cuenta la oportunidad de comunicación, la negociación, el respeto, la tolerancia, etc.
Si dicha creencia fuera cierta, tendríamos que tener los mismos gustos, compartir las mismas aficiones, desear lo mismo y pensar de igual forma. Suponiendo que así fuera, el sexo entonces siempre tendría que ser estupendo y la actividad sexual incesante, ya que hasta en lo sexual nos deberían gustar las mismas cosas.
Los seres humanos somos individuales y diferentes unos de otros. No hay dos personas iguales, pues somos el resultado de nuestra historia, de nuestra genética y de nuestras experiencias cambiantes desde nuestra infancia hasta el presente. En consecuencia, amar consiste en la atracción por las afinidades y en la tolerancia y el respeto por las diferencias.
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