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diumenge, 29 de juliol del 2012

Los peligros de la literatura


Desde que fueron difundidas las primeras novelas durante la Edad Media, fue considerado deshonesto que las mujeres las leyeran o las escribieran. Más cerca, en 1906, el padre Remigio Vilariño Ugarte  publicó nueve razones por las cuales una mujer no debería leer novelas.

Los “tesoros” que se pierden, decía, son tiempo, dinero, laboriosidad, pureza, rectitud de conciencia, corazón, sentido común, paz y piedad. “Niñas, si en el colegio se os ha despertado la afición a leer más que a trabajar, sois desgraciadas”. Hay jóvenes —añadía— que con la lectura “enlodan en la amorosa ciénaga sus zapatitos blancos, su túnica de nieve y hasta su frente de azucena”.
Si estuviera vivo el padre Ugarte, las feministas de hoy ya lo habrían puesto a vomitar aclaraciones. O qué haría si leyera, por ejemplo, el reciente libro de la guatemalteca Patricia Cortez, Sentirse desnuda, novela transgresora, cuestionadora de la transculturación, en la que una protagonista es “violada de nuevo dentro de una Iglesia”, o cuando dice que “ir a una iglesia de cinco estrellas es toda una experiencia”.
“¡Desgraciada —sigue diciendo Ugarte— la mujer que se aficiona a las novelas!”, porque esas lecturas la harán perder su “virginidad del alma” (cito las “Curiosidades preguntadas por los lectores” de la revista El Mensajero del Corazón de Jesús, dirigida por Ugarte).
Quien quiera lapidar a este jesuita querrá también apedrear a los médicos de la época, pues decían que leer era nocivo para la salud femenina. Un ensayo de Carmen Servén Díez, de la Universidad Autónoma de Madrid, cita al doctor Pouillet, quien habla del onanismo femenino: “La lectura de novelas ó de libros malsanos que sobreexcitan la imaginación, engendran pensamientos lúbricos y ayudan de un modo activo á la corrupción de las costumbres y a su depravación”.
Otra opinión, citada por Servén, es de A. de Valbuena, quien dice: “Las jóvenes que leen novelas (…) se hacen insoportables a sus familias (…) y sienten hacia los quehaceres domésticos una invencible repugnancia”. Refiere también a un doctor de apellido Icard, quien asegura que a las “psicosis menstruales” se añade la “triste influencia de las lecturas”.
Ya Ugarte advertía que por leer desatendían el bordado, el rezo del Rosario y dejaban por ahí el plumero. “Infelices mariposillas” —les decía— “hoy que devoran tantas novelas las señoras, hay una legión de mujeres que, inútiles en su juventud, resultan inútiles esposas en su hogar” (...)

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