que de luz y perfume te embriagas
y del jardín al amaranto vagas,
como del lirio a la encendida rosa;
Tú que te meces cándida y dichosa
sobre mil flores que volando halagas,
y una caricia por tributo pagas
desde la más humilde a la orgullosa:
Sigue, sigue feliz tu raudo vuelo.
Placer fugaz, no eterno solicita
que la dicha sin fin sólo es el cielo:
Fijar tu giro vagaroso evita,
que la más bella flor que adorna el suelo
brilla un momento y dóblase marchita.
Gertrudis Gómez de Avellaneda
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