Como a vosotras me ha pasado en muchas ocasiones y hoy quiero compartir una de las más recientes que he encontrado en el libro de María Dueñas El tiempo entre costuras. No dejéis perder esta lectura porque no tiene desperdicio: intriga, acción, reflexión, amor y desamor...
"Tampoco era exactamente alegría lo que notaba clavado en los huesos mientras los últimos rayos de sol acompañaban mis pasos de vuelta a casa. Ni entusiasmo, ni emoción. Quizá la palabra que mejor encajara en el sentimiento que me invadía fuera orgullo. Por primera vez en mucho tiempo, tal vez por primera vez en toda mi vida, me sentía orgullosa de mí misma. Orgullosa de mis capacidades y de mi resistencia, de haber superado airosamente las expectativas que sobre mí existían. Orgullosa al saberme capaz de aportar un grano de arena para hacer de aquel mundo de locos un sitio mejor. Orgullosa de la mujer que había llegado a ser.
Cierto era que Hillgarth me había espoleado para ello y me había puesto al borde de unos límites que me hicieron sentir vértigo. Como cierto era que Marcus me había salvado la vida al sacarme de un tren en marcha, y que sin su ayuda oportuna tal vez no habría vivido para rememorarlo. Cierto era todo eso, sí. Pero también lo era que yo misma había contribuido con mi coraje y mi tesón a que la misión asignada llegara a un buen fin. Todos mis miedos, todos los desvelos y saltos sin red habían servido para algo al fin: no sólo para captar información útil para el sucio arte de la guerra, sino también, y sobre todo, para demostrarme a mí misma y a quienes me rodeaban hasta dónde era capaz de llegar.
Y entonces, al alcanzar consciencia de mi envergadura, supe que había llegado el momento de dejar de andar a ciegas por las coordenadas que unos y otros habían establecido para mí. A Hillgarth se le ocurrió mandarme a Lisboa, Manuel da Silva decidió acabar conmigo, Marcus Logan optó por acudir en mi rescate. Había pasado por ellos de mano en mano como una simple marioneta: para bien o para mal, para subirme a la gloria o empujarme a los infiernos, todos ellos habían decidido por mí y me habían manejado como quien mueve un peón sobre un tablero. Nadie había sido claro conmigo ni me había mostrado abiertamente sus intenciones: ya iba siendo hora de demandar ver la luz. De que yo misma agarrara las riendas de mi existencia, eligiera mi propio camino, y decidiera cómo y con quién quería transitarlo. Por delante iba a encontrar tropiezos y equivocaciones, cristales rotos, errores y charcos de barro negro. No me enfrentaba a un futuro sosegado, de ello estaba segura. Pero había llegado la hora de no seguir adelante sin tener previa consciencia del terreno que pisaba y de los riesgos que habría de afrontar al levantarme cada mañana. Sin ser propietaria, al fin y al cabo, del rumbo de mi vida."
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