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dissabte, 21 de juliol del 2012

“A los 50 me nacieron alas”


                          Begoña Abad de la Parte. Cómo enseñar a volar
“A los 50 me nacieron alas”, dice Begoña Abad. Y este pequeño verso contiene todo lo que después nos va desgranando, poema a poema, el manual de vida que es Cómo aprender a volar.
Durante 50 años, Begoña vivió una vida que no era la suya: madre y esposa abnegada, mujer sujeta al papel que la historia reservaba entonces a las mujeres. Sólo en la poesía, que era su refugio, conseguía vivir. Jeanette Winterson, en su reciente libro de memorias ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal? afirma que la poesía no es un lugar para esconderse, sino un lugar para encontrar. Esos 50 años de búsqueda cristalizaron en una colección de poemas que giran en torno al amor, amor a los hijos, a los padres, al amante, a los otros, y a una misma. “He cambiado radicalmente de vida. / Antes vivía con tu soledad. / Ahora vivo con mi compañía”. La compañía de Begoña también nos acompaña a nosotras, sus lectoras.
Begoña se emancipó con 50 años, después de una vida de madre y esposa abnegada con la poesía como refugio. “Dejaron de pesarme los senos / y los pensamientos que cargaba desde niña”
Begoña se emancipó con 50 años, “dejaron de pesarme los senos / y los pensamientos que cargaba desde niña”, consiguió un humilde trabajo en una portería, y una vivienda en el último piso de la casa, desde donde puede divisar los tejados de Logroño. Como el gato de su vecina, que se asoma sin vacilar al alféizar en el octavo piso, se asoma ella también, con idéntica actitud: “Nos parecemos bastante, / a mí también me gusta / bordear los límites / del patio en el que vivo”.
Desde esa altura que es sabiduría pero no vanidad, Begoña se convierte en una madre sabia, en una mujer sabia. No es la escritora, la poeta, ella dice: “soy la que escribe”. Y lo que escribe solo es posible escribirlo tras haber vivido. Es la suya una poesía que nace de la experiencia, pero que nada tiene que ver con la corriente llamada así, “poesía de la experiencia”, egocéntrica, postmoderna e intrascendente. Su poesía, expresada con un lenguaje depuradamente sencillo, está enraizada en lo perenne.
La voz de Begoña, pero también cualquier voz poética auténtica, nos sirve como compañía perfecta para ese vuelo imperfecto que es la vida. Aunque tardamos en descubrir que en nuestro interior reside nuestra mejor maestra. “A las alas les enseñé a volar / desde mi mente que había volado siempre”.
Nos veremos por los tejados, Begoña.
Selección de poemas:
Yo fui una niña mujer
y ahora soy una mujer niña.
Cuando debía jugar a las muñecas
ya sostenía niños de verdad en brazos
y me perdí el asombro de descubrir
que la vida es un infinito modo de caminar.
Ahora que debería sentir los brazos
cansados,
como me nacieron alas,
ando volando por encima del mundo que
me fue negado
y desde el aire puedo ver los atajos
que, ahora sé, llevan al mismo lugar.
Mi abuelo no salió de su pueblo.
El pueblo tenía cuatro casas,
cuatro calles, cuatro caminos,
cuatro vecinos, cuatro perros.
No había en él ni obispos, ni ministros,
ni putas, ni altos cargos,
no había empresas, ni banca, ni iglesia había.
En realidad no salió nunca de su molino.
Ya es casualidad que por aquel lugar,
remoto y olvidado,
acertara a pasar la vida.
Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho,
todo lo aprendió mirando la muela
que, implacable, con el mismo eterno movimiento,
machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo.
El gato de mi vecina
me mira desde un estrecho alféizar
en la ventana de un octavo piso.
Es la primera visión de la mañana.
Me mira con sus ojos alargados y verdes
en medio de un grumo de pelo blanco
y permanece quieto, como si fuera de
porcelana.
Abajo, un patio, también estrecho,
de baldosas rojas
y una caída profunda
como la vida.
Me pregunto por qué se atreve
a sentarse en ese borde peligroso,
por qué instinto primario
se arriesga a la libertad
de mirar tejados.
Nos parecemos bastante,
a mí también me gusta
bordear los límites
del patio en el que vivo.
No necesito un hijo que me quiera,
ni que sea feliz, ni hermoso,
ni que triunfe y me sonría,
ni un hijo que me cuide,
me proteja, me tutele.
Necesito, simplemente,
un hijo que me sobreviva
y al que poder amar hasta el final.
Si me faltara,
¿qué haría yo con tanto amor
como me crece para él
cada mañana?
Begoña Abad
Begoña Abad
Nota biográfica
Begoña trabaja para vivir, aunque eso es solo puro accidente. Lo que ha dado verdadero sentido a su vida ha sido descubrir la magia y el poder de la palabra; y lo más importante que ha hecho en ella, ha sido caminar de la mano de sus hijos y creer en el ser humano.
En su día plantó un árbol y -ahora que ya sabe volar- está en la tarea de conseguir su mayor deseo: no desear.
Begoña nació en 1952, en Villanasur del Río Oca (Burgos), y empezó a escribir poemas y relatos desde el Bachillerato. Entre sus últimas obras publicadas caben señalar sus colaboraciones en diversas antologías: La otra voz. Poesía femenina en La Rioja (1982-2005) (4 de Agosto, 2005); y en las sucesivas ediciones de Voces del Extremo: Poesía y Vida; Poesía y Capitalismo; Poesía y Magia (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2006, 2008 y 2009); Voces del Extremo: Poesía y tecnología (Ayuntamiento de Béjar, Salamanca 2009); Aldea Poética IV: SXO (Ópera Prima, 2009);Mujeres en su tinta: Poetas Españolas en el siglo XXI (Universidad Nacional Autónoma de México, 2010) y 50 Poetas Contemporáneos de Castilla-León (Hontanar, 2011).
Buena parte de su poesía está recogida en sus dos primeras obras: Begoña en ciernes (Colecc. Planeta Clandestino-4 de Agosto, 2006), La Medida de mi madre (Olifante, 2008) y Cómo aprender a volar (Olifante 2012). También en revistas como Piedra de Rayo, Youkali, La Hamaca de Lona, Viento Sur y Fábula.
Fuente
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