Aparte del boom de Paco Roca, si hay un fenómeno destacable en el cómic valenciano actual es el éxito alcanzado por algunas firmas femeninas. En el principio fueron Ana Miralles y Ana Juan. Eran los años ochenta y el universo del tebeo era mayormente masculino. La segunda acabó decantándose hacia la ilustración. Miralles sigue 30 años después haciendo tebeos. “Por aquel entonces, el cómic no era una buena tarjeta de visita”, recuerda. “Se pensaba que no era una ocupación seria. Perseverando, no cejando en nuestros sueños, muchos hemos hecho del cómic nuestro oficio y nuestra vida a jornada completa, pero era algo impensable cuando empecé”.
Nacida en Madrid (1959), Ana Miralles vivió en Valencia desde el año 1973 hasta el 2006. Ahora reside en Santander, adonde se trasladó porque “llegó un momento en que las condiciones se hicieron insoportables en el lugar donde viviamos a causa del boom de la construcción”, por lo que se considera “una refugiada medioambiental”. No suele trabajar en España, a excepción de “las colaboraciones con Juan Eslava Galán, al que me une una gran amistad”. Su producción va a Bélgica y Francia, que a su vez venden sus derechos a España y otros países. Con Djinn, una serie de ocho álbumes para Glénat en los que trabaja a contrarreloj, ganó el Gran Premio del XXVII Salón Internacional del Cómic de Barcelona. El año pasado publicó Waluk, una fábula ecologista, en la editorial Astiberri. “Es la primera vez en 21 años que publicamos aquí directamente”, puntualiza, refiriéndose al guionista Emilio Ruiz.
La editorial vasca es también la actual escudería de Lola Lorente, la ganadora del premio Revelación en el reciente Salón del Cómic de Barcelona, gracias a su opera prima Sangre de mi sangre, una exploración de la adolescencia entre perversa y naïf. Lorente nació en Bigastro (1980) pero actualmente reside A Coruña. “Antes de comenzar con Sangre de mi sangre había hecho historias cortas para el Fanzine Enfermo, con el que empezamos a presentarnos a concursos de toda España, y para algunas revistas”, recapitula. “Realizar un álbum tan largo y tan dilatado en el tiempo”, reconoce tras cuatro años de trabajo, “ha sido toda una aventura y toda una escuela de aprendizaje, por lo que terminarlo es un punto de inflexión”.
Lo nuevo marcará diferencias. Lorente estudió también en Bellas Artes de Valencia, donde conoció a sus amigos Alberto Vázquez y Félix Diaz, coeditores del Fanzine Enfermo, gracias a los cuales entró en el mundo del cómic y la ilustración. “Hasta el momento de comprender que con el dibujo podía contar cosas”, revela, “no me motivaba en especial nada de Bellas Artes”. Recuerda las “felices visitas a Futurama”, la tienda especializada donde compraban “libros preciosos y lo vivíamos como un momento muy fascinante”.
Ana Miralles leyó siempre en casa cómics, como sus padres y como su hermana. Estudió también en la Politécnica de Valencia. “Fue el último año de Bellas Artes cuando tomé la decisión de dedicarme al cómic. Fue un proceso lento pero inexorable”. En el caso de Cristina Durán (Valencia, 1970), en cambio, la decisión fue previa. “Estudié Bellas Artes por el cómic, precisamente”, asegura esta ilustradora que conoció a su pareja sentimental y profesional, Miguel Ángel Giner, gracias también a un fanzine, No Aparcar Llamo GRÚA.
Durán era la única chica del curso que hacía cómics, pero consiguió ganar varios premios como dibujante amateur. Desde LaGRÚAestudio, ubicado en Benetússer, han logrado hacerse un espacio propio en el mercado internacional con su primera novela gráfica, Una posibilidad entre mil, obra finalista del Premio Nacional de Cómic 2010 del Ministerio de Cultura. La versión francesa ha sido editada por Dargaud como Une chance sur un million y la tercera edición ampliada lleva prólogo de Eduard Punset y 14 páginas inéditas que narran el proceso creativo de la obra. “Fue Miguel Ángel quien me convenció de hacer una novela gráfica con la historia de Laia, había una necesidad de sacarla hacia afuera”, recuerda en referencia a su hija, una niña con parálisis cerebral. “Además, teníamos que hacer que finalmente fuera una historia positiva”.
Este mismo mes presentarán su segunda novela gráfica, La máquina de Efrén, en la que continúan con la peripecia vital de Laia y cuentan la adopción de Selam, su segunda hija. Tras estas historias tan reales como sus propias vidas “la parte autobiogáfica de nuestra carrera ya ha sido cubierta y nuestra siguiente novela será de ficción”, asegura la autora valenciana.
Cristina Durán publica con la Editorial Sins Entido, la misma en la que Mireia Pérez (Valencia, 1984) ha dado a conocer La muchacha salvaje, una novela gráfica con la que el año pasado se llevó el Premio Fnac, razón por la cual esta semana se expone en la Fnac de Valencia el proceso creativo del cómic premiado, en el marco de las Jornadas de Cómic. “Intento imaginar que hay una mujer que no está conforme en cómo están establecidas las cosas en su lugar y decide vivir de otra manera”, explica Mireia Pérez en su blog al referirse a esta historia que se desarrolla en un Neolítico de ficción. Por ello, “de alguna manera puede considerarse un personaje feminista”.
Como sus colegas precedentes, esta autora valenciana también se formó en Bellas Artes y se perfeccionó en Angoulême. Esta ciudad referencial para el cómic europeo fue clave también en el despegue internacional de Ana Miralles. Para Lola Lorente fue algo más, ya que pasó un año en la Maison des Auteurs y allí acabó la novela gráfica que ha impulsado su carrera. Cristina Durán acabó la carrera en Londres.
Son dibujantes y narradoras bien formadas y reconocidas, tras las que hay más firmas que empiezan como las de Lydia Sánchez o Julia Cejas. ¿Hay alguna clave para perdurar en el oficio como Ana Miralles? “Lo único que puedo decir, con sinceridad, es que he sido muy formal con los compromisos, he tenido buena salud y algo de suerte, aunque las he pasado canutas muchos años”, aventura al preguntársele sobre la sostenibilidad de una carrera como la suya.
Cristina Durán, que sigue siendo miembro de la directiva de la Asociación Profesional de Ilustradores Valencianos, de la cual ha llegado a ser presidenta, cree que “hay que luchar por esto, porque no sólo se trata de disfrutar creando, sino también de ser buenos profesionales y poder vivir de ello dignamente”.
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