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dimarts, 24 d’abril del 2012

María Moliner, la mujer detrás del diccionario


No hacía mucho tiempo, las mujeres podían entrar a las bibliotecas como a los museos: a mirar, no a estudiar. Esa era la herencia que recogía María Moliner (Paniza, Zaragoza 1900-Madrid 1981), o peor aún: la de la España rural, la de una familia a la que el padre abandona cuando María tiene 14 años, una curiosidad infinita y el hondo aprendizaje de la solidaridad. «Fue un hito y una mujer pionera en el siglo XX. Pero tiene un perfil humano más allá del profesional que la convierten en un ejemplo», dice Pilar Rubio, autora de «Vida de María Moliner», una biografía divulgativa de la filóloga y lexicógrafa.

El maestro era esencial
«El diccionario por el que todo el mundo la conoce no es sino la punta del iceberg de la pasión que sentía por las palabras, que fue amalgamada a lo largo de los años. En ella influyó el contacto con la Institución Libre de Enseñanza, que incorporaba una nueva forma de ver la vida y los profesores Américo Castro y Bartolomé Cossío, que le enseñaron el aprendizaje de la solidaridad». También aprendió que la regeneración de España tenía que venir a través de la cultura, pero claro, en los sitios rurales, donde no había otros medios que las autoridades, el maestro era fundamental. «Bebió en la fuente de Cossío, fue profesora particular para contribuir a la economía familiar tras el abandono del padre, y en esos años tuvo otro contacto decisivo con el Estudio de Filología de Aragón, que fue un hallazgo decisivo porque le permitió aprender a hacer fichas y a estar en permanente contacto con el habla. Fue un trampolín», dice su biógrafa, en el volumen que publica la Asociación matritense de Mujeres Universitarias.
«Las condiciones adversas desde la infancia la hicieron una mujer responsable. Procedía de una familia liberal, de médicos rurales, con aprecio por el conocimiento. Sus primeros trabajos como bibliotecaria le hacen valorar la socialización de la cultura y los conocimientos. Y es consciente de que hay una edad en la que a los niños les gusta mirar las constelaciones y mirar al cielo,  así que no se olvida de que puede hacer mucho por los niños de las personas humildes. Y profundiza en el papel y las posibilidades del libro». Su participación en el Plan General de Bibliotecas del Estado, que fue admirado en Europa, así lo atestiguan. Pero fue un plan del Gobierno de la República. «En una Guerra Civil es ‘‘o conmigo o contra mí’’, así que al terminar la contienda fue degradada 18 puestos en la escala del funcionariado, y a su marido le retiraron la cátedra», explica esta investigadora y editora. Su ideología, como era sobradamente conocido, era de izquierdas.
Un trabajo titánico
Fue destinada a la Biblioteca de Ingenieros y tuvo que renunciar a sus sueños de fundar una Escuela Cossío. Con sus ilusiones truncadas, para muchos, esta situación habría sido el final. No para María Moliner, determinada como pocos. Javier Tussel definió esta medida del régimen franquista como el «suicidio cultural» de España, pero «ella pensó: ‘‘No voy a permitir que todo lo que he hecho se quede en el silencio y el vacío’’. Y empezó a redactar las fichas». Durante 15 años muy duros, trabajando tras la «niebla de silencio» que le impusieron, como describe la autora. «Se le ha llamado el ‘‘diccionario de la soledad’’. Aunque es verdad que tuvo una ayuda muy importante en Mari Ángeles de la Rosa».Sin embargo, la ambición de Moliner era conseguir una obra universal, que incluyera arcaísmos, que incorporase las familias léxicas y ningún cabo suelto. Se le fue de las manos, no creía que tardaría tanto. Su perfeccionismo tampoco ayudó a apremiarse. «Ella era una máquina de redactar pero es una labor enorme. Yo he corregido un diccionario con un equipo de gente y métodos modernos y cuando llegas a casa ves asteriscos y puntos en el aire. No me puedo imaginar qué fue aquello», cuenta Rubio.
 Finalmete lo logra. «Creo que se puede decir que el día que vio el diccionario editado fue el más feliz de su vida». Luego llegaría su veto a la entrada en la Academia, pero ya no sufrió por eso. «No estaba como para interpretarlo y padecerlo como una ofensa. Corrigió su diccionario mientras tuvo capacidades. Cuidó de su familia, en especial de su marido, que estaba muy enfermo. A los suyos les dijo que era mejor, porque no podría compaginar los cuidados de su esposo con su hipotético trabajo en la RAE».
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