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dimecres, 5 de setembre del 2012

El ángel del hogar era una esclava




Circula por las redes, siempre en tono de chanza, más de un documento con los que el régimen franquista aleccionaba a las mujeres sobre su comportamiento en el hogar. Esos que instruían sobre artes culinarias, estética, sumisos modales, delicadeza, cuidado de los hijos, paciencia con el marido, intachable moral cristiana, generosidad, sacrificio, bla, bla, bla. Pero conviene tener en cuenta aquella siembra para que no sorprendan algunos frutos de la recolección actual.

El Fuero del Trabajo de 1938 obligaba a despedir a las mujeres de ciertos empleos cuando contraían matrimonio. Tiene que sonarles, es de antes de ayer, se lo habrán oído a sus abuelas. Pues bien, posteriores legislaciones hundieron aún más el empleo femenino al conceder subsidios y prestaciones a las familias en las que la esposa permanecía en casa, poniendo fin a la protección de la maternidad, que en España se contemplaba desde 1931. ¿Subsidios por quedarse en casa? Esto sí que suena… muy reciente… “Las familias alemanas que cuiden a sus hijos en casa sin recurrir a guarderías u otros servicios públicos obtendrán un subsidio estatal a partir de 2013. El año que viene será de 100 euros mensuales por cada hijo de entre 13 y 24 meses”, contaba Juan Gómez,  corresponsal de EL PAÍS  en Berlín, hace cuatro días. Donde pone familias pongan mujeres y no habrán errado el tiro. Dirán que eso es Alemania y poca influencia habrá tenido el nacionalcatolicismo español en dicha medida. Y ahí sí se equivocarán, porque no hay más globalidad que lo que atañe a discriminaciones de género. Las mujeres, en todos los países, han tenido su ineludible catecismo de buenas costumbres y su libertad embridada en alguna época, que todavía es, también en Alemania, antes de ayer.

Enseñando a señoritas y sirvientas, el libro que Matilde Peinado Rodríguez acaba de publicar en Catarata, mueve a la risa –cómo no va a hacerlo- cuando reproduce algunas de aquellas lapidarias lecciones: “Nada complace tanto a la psicología masculina como la sumisión de la mujer, y nada complace tanto a la psicología femenina como la entrega sumisa a la autoridad masculina”, decía Pilar Primo de Rivera, inagotable fuente de humor. Entonemos un ja en su memoria. Relajada la mandíbula, veamos como no faltan ocasiones hoy en día para apretarla.

Porque ahí está la gran valía del libro mencionado, que señala el camino que han seguido esas enseñanzas hasta llegar a la actualidad. Peinado Rodríguez demuestra cómo algunas actuaciones domésticas o ciertas políticas públicas, antes de calificarse de sensatas o insensatas, ocurrencias o meditadas reflexiones, son, desde luego, el pegajoso fruto de aquella siembra.
  
El ángel del hogar era una esclava, dice el título de este post. En una España profundamente empobrecida es ilusorio pensar que se podía prescindir de la mano de obra femenina, vital para la economía familiar. Así que ahí estaban las aceituneras, las escardadoras, las vendimiadoras, que convertían en zarandajas todo eso de la protección de la mujer y su angelical presencia en el sereno orden del hogar. Incluso estaban aquellas, maestras por ejemplo –no había muchos más ejemplos de trabajos para ellas fuera de la casa-, dispuestas a desempeñar su tarea sin remuneración alguna con el fin de “mejorar su posición en el mercado matrimonial”. Y luego, cuando llegaban a casa, le esperaba la doble jornada, la propia de su sexo. Esto de la doble jornada también les sonará, sin duda. Y decía el nacional-sindicalismo: “Pero trabajarás racionalmente, mientras seas soltera, en tareas propias de tu condición de mujer. Después, cuando la vida te lleve a cumplir tu misión de madre, el trabajo será únicamente tu hogar”. Que se lo pregunten a las aceituneras mismo. Así que, la película que vendían no solo era reprochable a vista del siglo XXI, era, además, mentira.

Y a cambio de qué trabajaban estas mujeres. “Por un jornal semejante al que ganaban los niños y  muchachos, la mitad más o menos de lo que ganaba el hombre”, cita Peinado Rodríguez en su libro. Esos ecos llegan a nuestros días, mitigados, puede, pero correosos. A igual desempeño muchas mujeres cobran menos que sus compañeros. En las empresas se hace con guante blanco y subterfugios varios (unos ascienden y otros no y todos hacen lo mismo, por ejemplo), pero entre el campesinado y otras tareas manuales aún se encuentran casos flagrantes. Y cuando se pregunta por esto en los institutos aún algunos estudiantes lo ven bien. Tantos años de moral torcida no iban a caer en saco roto.

La deshonra de que una mujer tuviera que trabajar de casada caía también sobre el marido (en las clases medias, claro, porque en las bajas ni se cuestionaba). Esta ideología, que todavía tiene su estela en la actualidad, “era tremendamente útil a los intereses del Estado, que solo de esta forma pudo mantener bajas tasas de desempleo”.
  
Para ir acabando –mejor leer el libro- un repaso al ayer y hoy de la soltería de las mujeres porque aquellos polvos también dejaron lodos al respecto. Dice Peinado Rodríguez: “Las importantes transformaciones educativas, laborales, sociales y culturales en pro de la emancipación de la mujer no han conseguido desterrar la visión lastimera y paternalista de las mujeres que afrontan su vida en solitario”. Habrá de pasar el tiempo para que la sociedad espante aquellas caricias que el régimen destinaba a las solteras: qué diferencia, la mujer callada y servil a la sombra del hombre o de la vida consagrada frente a la solterona egoísta, estrafalaria y frívola que no se casa “por estar demasiado pendiente de sí misma o por temor a los deberes y cargas del matrimonio”. “Furiosas contra su destino, sin acertar a mirar a lo alto. Son unas desgraciadas, su vida está llena de amarguras”. Cielos, no es de extrañar que trabajaran gratis con tal de casarse. Ni que esa mancha de aceite impregnara las coplas y aun el desasosiego actual.

Ay, el ángel del hogar. Ni para morirse podía abandonar su sagrada tarea de la casa. Miren esta inscripción de 1884 en una lápida del cementerio de Montjuic: “Tan buena esposa como cariñosa e inteligente madre, viviendo exclusivamente la vida del hogar y sin dejar más huellas en el mundo que la de su virtud, le abandonó la existencia cuando esta era más necesaria para la dicha de su esposo y el cuidado de sus hijos”. Cachis, qué inoportuna.  ¿Y creen que esto no ha llegado a nuestros días? Esquela del Abc de un día cualquiera de febrero de 2012: “En su maravilloso empeño de esposa, madre, abuela y bisabuela, al constante servicio de una extensa familia, fue encantadora y exigente, un ejemplo de amor y dedicación para todos, con cristiana sensibilidad…”. 

Decía aquel manual de Pilar Almansa Martínez de 1942 titulado Lecciones para la formación de las instructoras del hogar, que los tres fines de la niña o mujer son: el fin natural (hija, esposa y madre), fin histórico (criar hijos, educarlos y ejercer un oficio: magisterio, sanidad y artesanía preferentemente) y fin sobrenatural. Este último no se explica, ni yo lo comprendo. Pero viendo esas lápidas y esquelas de Montjuic y el Abc…


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