"No habrá cultura de paz hasta que la mujer no tenga una mayor influencia en la toma de decisiones", me dijo el admirado Presidente Nelson Mandela en el curso de una inolvidable entrevista al atardecer en Pretoria.
Había hecho un estudio al respecto en la UNESCO y, en 1996, esta influencia no alcanzaba al 5%, es decir, el 95% de las decisiones eran adoptadas por hombres. No es de extrañar, por tanto, que a través los siglos haya prevalecido una cultura de fuerza e imposición en lugar de una cultura de diálogo, de respeto inherente a la vida, de aplazar siempre el uso de la violencia.
Ahora, con la evolución favorable de los últimos años, se acerca ya al 9%. En muy poco tiempo, con el 18-20%, habrá un cambio sustancial en la “cultura” de la sociedad, y la transición desde la fuerza a la palabra, a la conversación, a la conciliación, empezará a ser realmente posible.
Sí, en los albores de siglo y de milenio, puede producirse este acontecimiento importantísimo de la aparición de la mujer en los escenarios del poder, en los que no ha tenido más que una presencia fugaz y anecdótica, normalmente, a lo largo de la historia.
Se ha celebrado en Valencia una gran reunión en favor de la participación de la mujer. Creo que es uno de los fenómenos, ya irreversibles, que deben llenarnos a todos de alegría y de esperanza. Me gusta repetir que ha sido precisamente en África donde he encontrado tanta sabiduría, tanta generosidad, tanto desprendimiento en personas, sobre todo mujeres, que deben cada día, desamparadas, sin las ayudas tantas veces prometidas, inventar cuando amanece cómo sobrellevar el día para llegar dignamente a la puesta del sol.
¡Si Europa cambiara saberes por sabiduría!, con estos pueblos africanos a los que tanto debemos, que tan poco rencor nos guardan a pesar de las turbias relaciones habidas con ellos, a pesar de la esclavitud, a pesar de las explotaciones que hoy mismo, mientras miramos a otro lado, estamos realizando en sus recursos naturales.
"Todos los seres humanos iguales en dignidad", es el principio básico esencial, que debe aplicarse ahora, urgentemente, para el bien de todos, a todas las mujeres, a la mujer africana en particular.
En 1995, en Pekín, en la gran reunión con la que se celebraba el quincuagésimo aniversario de Naciones Unidas, dedicada al papel angular de la mujer en el desarrollo, en la transición de una cultura de dominio y violencia a una cultura de conciliación y de paz, en lugar del discurso que debía pronunciar como Director General de la UNESCO, leí los versos siguientes:
Mujer / traías una canción / nueva / en los labios.
Pero no te dimos / la palabra / aunque eres / la voz / de la mitad / de la tierra.
Mujer / tus ojos / veían el mundo / de otro modo.
Pero no quisimos / conocer el contenido / y el calor / de tu mirada.
Mujer / llevabas en tu piel / de todos los colores / la semilla / de mañana, / la luz / que podía iluminar / inéditos caminos, / rebeldes / pero pacíficos senderos, / mujer-puente / mujer-lazo / mujer-raíz y fruto / de amor / y de ternura.
Mujer / tus manos tendidas / y tu regazo / son espacios inmensos / de amparo / y de consuelo.
Pero no hemos comprendido / la fuerza de tu abrazo / ni el grito / de tu silencio, / y andamos / sin brújula / ni alivio.
Mujer / sin otro dueño / de cada uno / que sí mismo, / irás, / desde ahora / igual y libre, / compañera / de un mismo sueño / ya para siempre / compartido.
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