En Vietnam los soldados la llamaban Moonface, cara de luna, que, probablemente será el título de la película que narre su vida y para la que aún busca director, a ser posible, español. En Oriente la llamaron la sawda, la mujer de negro, ya que iba siempre tapada y vestida de color negro por respeto a los muertos. Bajo el chador o el burka, Christine Spengler ocultaba su herramienta de trabajo, su cámara de fotos, la Nikon analógica que la ha acompañado toda su vida. Gracias a su condición de mujer pudo entrar en decenas de lugares prohibidos o donde obtener información en cualquier guerra era un gran riesgo. “Soy consciente de que la mujer reportera es muy útil porque tiene abiertas muchas puertas en mundos muy cerrados, como por ejemplo el mundo árabe o en países como Irán o Afganistán… cómo, si no, hubiese podido entrar en el hospital de mujeres afganas que entré en Kabul o en tantos lugares donde escondí mi cámara debajo de la ropa…”
Sus fotos como reportera de guerra han dado la vuelta al mundo. Ahora Christine Spengler acaba de pasar unos días en Madrid con motivo de la venta de fotografías de su nueva exposición “El color de la vida” en el céntrico restaurante Ramsés. “Casi siempre he expuesto en blanco y negro y casi siempre sobre guerra. Ahora muestro mi faceta de color inspirada por mi madre, que era una artista surrealista en París, se llamaba Huguette Spengler y también inspirada por las horas que he pasado a lo largo de mi vida en el museo del Prado a la sombra de los grandes maestros”.
-Christine es francesa pero madrileña de adopción. De pequeña pasó grandes temporadas viviendo en Madrid en casa de sus tíos Luis y Marcelita.-
“Son fotomontajes oníricos, barrocos y coloreados realizados a cada regreso de mis reportajes de guerra para exorcizar el dolor de la guerra. De la misma manera que en la guerra hay que ser riguroso y yo elegía el blanco y negro para huir del sensacionalismo, estas visiones no sólo las he soñado sino que he dado también rienda suelta a mi fantasía e imaginación. Están hechos con la misma cámara analógica que la que utilizo en la guerra, mi Nikon. Nada de ordenador ni de retoques. Y todas las fotos están tomadas con la luz natural que caía sobre mi balcón de la calle Válgame Dios (cuando estuve viviendo en la misma casa en la que había vivido el torero Manolete, en pleno barrio de Chueca, en Madrid) o la luz que caía en los diferentes balcones de los distintos lugares en los que he vivido y he realizado esas fotos, como Marruecos o Argelia. Las que están hechas en España son un homenaje a Madrid. Están muy inspiradas en Dalí o en El Bosco, mientras que en la guerra el maestro fue Goya. Y mi inspiración para realizar el libro sobre toreros, Velázquez. (Cuando yo iba a las guerras como reportera, pensaba en Goya. Al principio yo no sabía ni quiénes eran Robert Capa ni Don McCullin… me inspiraba Goya, absolutamente)
“En estas fotografías siempre coloco al personaje en el centro sin querer y rodeado de objetos de recuerdo y flores, como he visto hacer a las mujeres en los cementerios de los mártires de Irán o en Méjico y Bolivia… podrían llamarse relicarios”
Christine viene vestida de amarillo para nuestro encuentro. Llega a la terraza del Ramsés saludando cariñosamente a todos los empleados como si los conociera de toda la vida, a pesar de que no hace ni una semana que estrenó exposición. Le gustan mi anillo, mis ojos, me lo hace saber inmediatamente. Pero no le gusta mi pendiente y me lo comenta a los cinco minutos de conocernos. Dice que el pequeño cuerno blanco que llevo prendido en mi oreja quedaría mejor como collar. Es directa y sincera. “Me gusta tu vestido pero llevas pocos adornos, cómprate unas pulseras, mujer”… -Es que mi novio me ha dicho que este vestido me queda mejor sin cinturón… “No digo cinturón, digo algún adorno, algún collarcito… es que tu vestido es muy pálido aunque me gusta mucho“.
No parece una corresponsal de guerra que ya lo ha visto todo, probablemente. Pero quizá sea por eso que no se canse de hacer homenajes a la vida. “Yo nunca dejo de crear, nunca paro de moverme. Ahora acabo de escribir tres libros nuevos (para los que busco editor): la segunda parte de mi autobiografía “Entre la luz y la sombra”, que se va a llamar “Una mujer en la vida” y está dedicada a mi psicoanalista egipcio que, en París, me curó del deseo de morir. Aunque sigo igual de temeraria… a la edad que tengo, a mí me llaman para la guerra y yo voy…. En eso no he cambiado… me siguen atrayendo la aventura y el peligro… la diferencia es que ya no iría a la guerra con la idea de morir… antes yo iba para morir y para trabajar. Iba buscando la muerte, como los toreros… Ahora iría sólo para trabajar, para dar testimonio de las tragedias del mundo…
El segundo libro que he escrito es una novela autobiográfica llamada “El hombre azul”. En ella cuento una historia de amor que tuve con un tuareg en el desierto argelino. Y el tercer libro se llama “El abrazo” y es una novela sobre el mundo fascinante del tango. Yo ahora bailo tango. Lo hago desde que he regresado de Buenos Aires, hace algo más de un año. Espero regresar pronto allí, donde expondré mis fotografías”
Vive entre Madrid, París, Ibiza y Buenos Aires. Su imagen frágil y pequeña no hace sospechar su increíble experiencia vital. Es muy viva y pizpireta.
“En cuanto me marche de Madrid, me vuelvo a París porque me han propuesto presentarme al premio Marguerite Duras. Este año participaré en un homenaje con una proyección de mis fotos de guerra pero el año que viene seré candidata al premio. Marguerite Duras es mi ídolo y para mí es un honor esta candidatura. Yo tengo muchos puntos en común con ella: el tema del hermano joven muerto que una y otra vez se repite a lo largo de nuestras vidas, Vietnam, la guerra, la maladie del amor… en Francia ya se ha escrito de mí que soy una “heroína durasiana…” lo cual para mí es un orgullo…”
Terminamos de comer en la terraza de Ramsés.
La dejo regresando a su hotel, cercano a la Biblioteca Nacional, sobre unos pequeños tacones blancos y un gran bolso en el que lleva la cámara de fotos, pulseras, cintas para la cabeza y un gran estuche de maquillaje. “Una mujer siempre ha de llevar el maquillaje encima y que incluya siempre una polvera, para quitarse los brillos. No dejes de comprarte una polvera”.
Me doy la vuelta, le digo adiós, gracias. Y gracias por firmarme el libro. Hasta pronto. Pero no he hecho más que girar sobre mis propios pasos cuando escucho su voz alejándose: “Dale recuerdos a tu novio. Cómprate la polvera. Y unas pulseras. Y llámame, pero no ahora, que me voy a echar la siesta”
No dejo de sonreir mientras escribo estas líneas. Ella es así.
MÓNICA HERNÁNDEZ
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