La octogenaria autora norteamericana, una Swift contemporánea, ha abordado con maestría la diferencia de sexos, la ecología, los peligros del poder o los sistemas políticos. Pero desde mundos fantásticos.
Portland (Oregón) no es Gueden, ni Terramar, ni Anarres, ni ninguno de los otros mundos imaginados por Ursula K. Le Guin, pero hay que ver lo lejos que está para una visita rápida. Cuando llego a la puerta de la casa de la gran dama de la ciencia ficción en las afueras de la ciudad tras un viaje de 9.000 kilómetros y 17 horas, me siento tan extranjero, extraño, solitario y melancólico como uno de sus viajeros siderales. Falta aún un rato para la hora de la cita, así que deambulo por la calle flanqueada de bosques en busca de pájaros con mi pequeño catalejo, lo que no deja de crear alguna alarma en el tranquilo vecindario. En fin, como dice Le Guin, un extraño es una curiosidad; dos, una invasión. Hacía calor en el downtown de Portland, pero aquí arriba se ha levantado un airecito frío y al cabo de un rato estoy temblando: parece muy adecuado para visitar a la creadora del planeta Invierno.
Le Guin (Berkeley, California, Estados Unidos, 1929) es la indiscutible reina y decana de la ciencia ficción y la fantasía, además de un referente en la literatura más allá de cualquier género. Entre sus novelas, que abordan a la vez de manera apasionante y reflexiva temas como la diferencia de sexos, la ecología, los prejuicios, los peligros del poder o los sistemas políticos, siempre en otros mundos que nos espejan, se cuentan títulos antológicos que han fascinado a millones de lectores como La mano izquierda de la oscuridad, Los desposeídos, El nombre del mundo es bosque o Un mago de Terramar. Es imposible describir la conmoción que provocan esas historias, llenas de extraña belleza, sentimientos delicados como hebras de plata, sueños y advertencias. La escritora, en parte una Swift contemporánea, es autora además de cuentos, ensayos, poesía, libros infantiles y de fotografía, y un amplísimo reguero de artículos y críticas. De su influencia baste decir que su adolescente mago es un claro precedente de Harry Potter y que es imposible ver Avatar sin pensar en alguna de sus novelas. Ahora se publica en España (RBA) un volumen con tres de sus novelas más conocidas, El mundo de Rocannon, El planeta del exilio y Ciudad de ilusiones, agrupadas bajo el título Mundos de exilio e ilusión.
Una maestra de la ciencia ficción
Ursula K. Le Guin, uno de los nombres señeros de la ciencia ficción de todos los tiempos, nació en Berkeley (California) en 1929, hija de dos personajes célebres, el antropólogo Alfred Kroeber (1876-1960) y la escritora Theodora Kroeber (1897-1979), autora de ‘Ishi, el último de su tribu’, un clásico de la literatura etnográfica.
Casada en 1953 con el historiador Charles Le Guin, al que conoció cuando ambos viajaban a Francia en el Queen Mary, ella para continuar sus estudios de Literatura, tienen tres hijos, Elizabeth, Caroline y Theodore. Las primeras historias de la autora fueron rechazadas por los editores hasta que en 1962 comenzó a publicar en revistas. El mundo de Rocannon (1964) fue su primer éxito comercial y el primer peldaño de una carrera que tiene sus hitos en novelas como Los desposeídos, La mano izquierda de la oscuridad, El nombre del mundo es bosque o Un mago de Terramar. Publicada en España por Minotauro, Edhasa y ahora RBA, su última novela, Lavinia, es una relectura de la Eneida.
A sus 83 años recién cumplidos (el pasado día 21 de octubre), dotada de una mente privilegiada, Ursula K. Le Guin, pionera del feminismo moderno, continúa siendo una activa intelectual, con una opinión respetada sobre cualquier asunto y que, por ejemplo, ha encabezado una protesta contra Google por el uso de material con derechos de autor que se pone en la Red sin permiso. Cuando me decido a llamar a la puerta, acude la propia escritora a abrir. El pelo corto a lo chico, como lo ha llevado siempre, le da un curioso aire juvenil y hasta travieso. Pasamos a un saloncito decorado con sobrio buen gusto y en el que dominan la penumbra y una atmósfera de paz casi monacal. Se respira una ordenada armonía que me hace pensar en el interés de Le Guin por el taoísmo. “Tendrá que ser té, no tengo café”, dice antes de encaminarse a la cocina y dejarme solo con el gato, un cobby joven y travieso llamado Pard. Regresa con una taza con la imagen de Virginia Woolf (!) y se sienta frente a mí en un sillón.
Ese cartel de la entrada, acerca de cuidar que no se escape el gato… Es por los coyotes, son peligrosos para él. ¡Esto es el Oeste americano!
Eso me recuerda lo de la serpiente de cascabel con la que se enfrentó una vez. Sí, he visto muchas e incluso las he comido fritas, pero esa fue muy especial. Ocurrió en el valle de Napa, en el viejo rancho de la familia. Estaba en una mecedora en el porche y oí el ruido de los cascabeles. Estuvimos mirándonos largo rato como si fuéramos los únicos seres en el mundo. Hubo algo muy intenso entre nosotros. De contacto entre especies alienígenas. Mi marido, Charles, me ayudó luego a llevarla lejos, sin matarla.
No se lo va a creer, pero ¿sabe qué he visto en los árboles de enfrente?: un ave de presa que me ha parecido un cernícalo americano (‘Falco sparverius’), un gavilán, el apodo de Ged, el protagonista de ‘Un mago de Terramar’; parece un buen augurio para el encuentro. Imagino que sería más bien un halcón de cola roja, en propiedad un busardo, un águila; hay muchos por aquí.
¿Colibríes? Claro. ¿No tenéis en Europa? ¿No? Qué pena. ¿Sabes qué hay maravilloso en las Rocosas?: las luciérnagas voladoras. Hay seres tan extraordinarios en el mundo… Una vez monté en una alpaca. Parecen de otro planeta. Y he estado en Australia, ¡eso sí es diferente! Aparte de ver pájaros, ¿has visto algo de Portland?
He pasado un buen rato en Powell’s. ¡Nuestra gran librería! ¡Una opción estupenda!
Refugiarse en una librería es como disponer del ‘ansible’, ese instrumento que inventó en sus novelas y que permitía comunicarse instantáneamente entre mundos. En el viaje, en el que he tenido mucho tiempo, he releído ‘La mano izquierda de la oscuridad’. Hay tanto que no recordaba… A mí me encanta releer, lo que leímos hace 10 años es ahora un libro nuevo, diferente.
Me ha conmovido cuánto hay sobre la amistad. Filosofía, amistad, traición y fidelidad… amor.
Y en la segunda parte, el viaje por los parajes helados del planeta Invierno, tirando de un trineo, recuerda las expediciones polares. Me encantan los relatos de los exploradores. Pensaba en Shackleton y Scott cuando lo escribí. Amundsen en cambio no me parece muy interesante, pero los ingleses eran muy buenos escritores. Por eso hice que mi planeta fuera así de frío. Para narrar una aventura parecida. Hay que conocer los hechos para escribir, aunque sea una fantasía, me gustan los hechos en mis novelas.
Los paisajes, terrestres y extraterrestres, tienen una gran presencia en su obra. Seguro, son una de las bases de mi narrativa. Empezando por California, donde crecí, y Oregón, donde vivo desde 1958.
Oregón parece hermoso. Interminablemente hermoso.
¿Ha estado en España? No, y cómo lo siento. Entonces estaba Franco y no quisimos visitarla. Mi hija mayor vive en Madrid.
¿Sabe? En realidad no es la primera vez que nos vemos. Hace dos años estuve aquí, en Portland, y tras una larga cola usted me dedicó ‘La mano izquierda de la oscuridad’ en una firma de libros en Powell’s. Vine entonces para entrevistar a Jane Auel, la autora de ‘El clan del oso cavernario’. Ya es curioso que las dos grandes novelistas de Portland escriban una del futuro y la otra de la prehistoria. La conozco. Tiene mucho éxito. Creo que en realidad no le gusta mucho escribir. Lo que le gusta es documentarse y estar en contacto con los científicos, sentirse uno de ellos, ir a las cuevas, esas cosas.
Se nos ha muerto Ray Bradbury. Era un hombre muy dulce, y genial. Sin enemigos, lo que es mucho decir cuando tienes éxito y vives en Los Ángeles. Solo nos encontramos brevemente, pero lo quería mucho. Adoro las Crónicas marcianas, no hay nada igual en la ciencia ficción, me mostró lo que se podía hacer en el género, y Fahrenheit 451 es una parábola perfecta. Otros libros no, demasiado sentimentales para mí.
Asimov, Clarke… Soy de otra generación, la siguiente. Conozco más a mis contemporáneos. No intimé mucho con los de la edad dorada. No era en realidad la gente que me interesaba. La vieja guardia… La ciencia ficción puede ir en otras direcciones mucho más interesantes, tener otros logros y estar mejor escrita. Lo ha hecho.
¿Ballard? Sí, sus primeras historias, cuando imaginaba otros mundos. Aprendí mucho de Ballard. Luego su obra me interesó menos. Era un hombre extraño. Y esa muerte horrible de su mujer, ahogada en España. Era un alma atormentada, por lo que vivió de niño en China durante la ocupación japonesa.
La suya, en cambio, fue una infancia feliz. Lo fue, creo. Con tres hermanos mayores, chicos. Eso me marcó. Juegos rudos. Eso da una perspectiva de los hombres especial.
‘La mano izquierda de la oscuridad’, con esa gente que posee potencialmente los dos sexos y puede hacer el amor indistintamente como hombre o como mujer en función del estímulo, y luego ser padre o madre, está cargada de reflexiones sobre el género y la identidad sexual. Tienes que considerar cuándo fue escrita, 1969. Entonces toda la cuestión de género era diferente. De los hombres, por ejemplo, no se esperaba que entendieran a las mujeres, sino lo contrario. El protagonista, Genry Ai, el diplomático humano que visita el planeta, enviado del Ecumen, los mundos asociados, es muy naif en su observación de los habitantes de Invierno y su desconcertante sexualidad. Escribí el libro desde el punto de vista de un hombre, prisionero de su virilidad.
Cuando trata de explicarle a un alienígena hermafrodita lo que es una mujer, no puede hacerlo, y se da cuenta de que las mujeres le son más extrañas que los extraterrestres porque con ellos al menos comparte un sexo. ¿Somos muy diferentes hombres y mujeres? [Ríe]. Sí y no. Escribí ese libro para trascender el género y mostrar que la humanidad no está en el sexo, ni en uno ni en otro (y también por el placer de escribir esa frase: “El rey estaba embarazado”). Pero el género es tan importante para nosotros… Muchas sociedades siguen articuladas con la idea de que la mujer existe para servir al hombre. También quise mostrar un mundo sin guerras. Antropológicamente, en buena parte las guerras parecen una forma en que los hombres buscan más poder, honor y control. Compiten con otros hombres por ello, lo que me parece muy primitivo, muy básico. Hay una dureza y un salvajismo irreductibles en los hombres. Algunas mujeres también los poseen. Pero es un rasgo propio de los hombres y que ha caracterizado a las sociedades que han dominado. La idea de la competitividad, de la necesidad de un jefe, de la jerarquía piramidal. Las mujeres no jugamos en general a ese juego. No es que no seamos competitivas, pero no necesitamos batir al otro. Parece una base más sabia para una sociedad.
Se ha autocalificado de pacifista- anarquista. Creo que jalear la competición por el poder lo devalúa todo. Que es mejor la colaboración, el trabajo en equipo. Aunque es verdad que las sociedades que piensan como yo, cuando encuentran a las otras, mueren.
Con perspectiva, ¿el sexo es tan importante? [Ríe]. Sí, lo es.
¿Merece tanto ruido? Estamos algo obsesionados, europeos y americanos; no sé si eso es muy inteligente. A veces hay demasiado sexo en nuestros autores. ¿Hay tanto sexo realmente en nuestra vida? Hablamos más de trabajo, de relaciones. La escritura sobre sexo no es muy buena. Eso cuando no es pura pornografía. Describir el sexo en general es más aburrido que el béisbol.
¿Se está refiriendo a ‘Cincuenta sombras de Grey’? [Ríe]. Aparentemente gusta a las amas de casa, lo leen como un manual delKamasutra, ¿no es divertido?
¿Qué opina del feminismo? Me he identificado como feminista muchos años. En la actualidad, la palabra se interpreta en tantas maneras conflictivas, muchas de ellas ignorantes u hostiles, que raramente la uso. Si una feminista es alguien que piensa que el género es en gran medida una construcción social, y que nada justifica el dominio social de un género sobre otro, entonces soy feminista.
En ‘La mano izquierda de la oscuridad’, los protagonistas, el humano viajero y el político local hermafrodita, Estraven, no tienen relaciones sexuales entre ellos, aunque la situación parecía conducir a eso cuando el segundo entra en estro, en celo (kémmer), y no hay nadie más a mano. Me pareció importante que no las tuvieran. Hubieran descubierto qué diferentes son. Habrían perdido el contacto que les había costado tanto lograr. El acercamiento había sido muy lento, superando prejuicios y malentendidos, y el sexo los habría vuelto a separar.
Nuestra parte ‘voyeur’ de lectores lo lamenta, nos habría gustado ver ese coito tan curioso. Claro, fisiológicamente no había problema, podían tener relaciones. Pero entonces yo no podía mostrarlo. Tuvo que quedar ahí un agujero, un vacío. Yo era muy joven, y Estados Unidos, muy puritano. ¿Has leído Coming of age in Karhide? Es un relato que escribí mucho después. Ahí sí se explica pormenorizadamente cómo es el sexo en Invierno-Gueden, pormenorizadamente, clitopenis incluido. Completa la novela en cierta manera.
Hay mucha ternura en su sexo alienígena. La otra gran novela de referencia sobre el tema, ‘Los amantes’, de Philip José Farmer, no es tan amable. ¿Quiere creerlo?, nunca la he leído.
Bueno, ella, la hembra, es en realidad un repulsivo insecto que adopta apariencia de mujer para seducir al humano. [Ríe]. Vaya, no creo que a Farmer le gustaran mucho las mujeres. Era un gran macho y un hombre muy complicado.
He leído algunas cosas de usted sobre Jan Morris. Es muy buena narradora y tiene esas novelas sobre la extraña ciudad-Estado de su invención, Hav. Esa experiencia por la que ha pasado de convertirse en otro, de devenir mujer, me parece tan interesante. Una cortina cae, el sexo no es importante en la manera en que creías. Qué extraño es el ser humano, sí.
Es fácil hablar de sexo con usted, si me permite, ¿será por sus conexiones con la antropología? Crecí con ella; mi padre, Alfred Kroeber, como sabe, era etnólogo, entre otras cosas, y muchos de sus amigos también lo eran. Así que me hice mayor pensando que la antropología era algo muy interesante. Conocer a la gente, conseguir que confíen en ti y confiar tú en ellos.
Eso está muy presente en sus historias. Sus visitantes a otros planetas tienen esa perspectiva, tan diferente de la de los conquistadores, militares o aventureros. ¿Pensó en ser antropóloga? No, siempre quise ser escritora, desde niña. Bueno, mi sueño era también ser bióloga, mi tía lo era, adoro esa disciplina, los animales, los insectos, pero no podía con las matemáticas. He leído mucho de antropología, los antropólogos son muy buenos escritores. Clifford Geertz, que ha tenido tanta influencia en la antropología en Estados Unidos, me ha interesado mucho.
En relación con ‘Un mago de Terramar’, por la experiencia del protagonista con su lado oscuro, su sombra, a la que ha de vencer, se ha hablado de su interés por Jung. Sí, lo tuve, ya no. A los 40 años, en un momento de oscuridad personal, me fue muy útil. Leí mucho su obra. Curiosamente, mi padre era freudiano, incluso había analizado a gente, y detestaba a Jung. Jung me ayudó, pero decidí no ir más lejos. En todo caso, escribí Un mago de Terramar antes de conocer las ideas de Jung. Fue una convergencia.
Hábleme de Rowling y Harry Potter. Trato de no decir nada, pero la gente insiste. Me parece convencional y predecible. Pero está bien para los niños. Ella podría ser generosa y reconocer la influencia de Un mago de Terramar. En fin, son obras muy diferentes.
‘Un mago de Terramar’ y sus continuaciones son muy conmovedoras. Es difícil no sentirse tocado. Lo que más me enorgullece es la cantidad de gente de color que me ha agradecido que el protagonista fuera de raza negra, como lo es también Genry Ai en La mano izquierda de la oscuridad. Me dicen que eso les abrió la puerta a identificarse con el personaje y a sentir que les concernía la literatura del género. En realidad, no me gusta la piel blanca. Hoy es habitual, pero hubo una época en que poner que eran negros los protagonistas te hacía perder lectores.
El filme ‘Avatar’ parecía sacado de su narrativa. No lo he visto. Pero he leído y oído lo suficiente para saber que el argumento tiene algunas llamativas similitudes con mi novela El nombre del mundo es bosque, aunque en la película se soluciona el problema con violencia, a diferencia de en mi libro. En sí mismo el asunto no me preocupa mucho. Ciertos elementos en la ciencia ficción son casi propiedad común, y la forma en que ideas e imágenes pasan de autor a autor, como en el jazz o la música barroca, ha sido un signo de la generosa vitalidad del género. Sin embargo, cuando se consigue una enorme cantidad de dinero apropiándose de las ideas de otros artistas (y deduzco queAvatar se ha apropiado gratis de diversas fuentes sin acreditarlas o reconocerlas), hay cierto sentido de violación. Me siento obligada a sentir cierto desprecio por el que se ha aprovechado.
¿Le gustó la película ‘El señor de los anillos’? Pse. No es el libro, es otra cosa, más simple y más violenta, menos interesante que el original de Tolkien. Ese libro… ¿sabe que parece hecho para leerlo en voz alta? La película es solo una sombra. El problema con los filmes es que deberían hacerse guiones directamente para la pantalla y dejarse de saquear libros. ¿Conoce Moon, de Duncan Jones? Es espléndida.
¿Qué opina del fenómeno actual de la fantasía Georges R. R. Martin y su serie de ‘Canción de hielo y de fuego’? No lo he leído. Todo el mundo dice que es un tipo estupendo. Pero no suelo leer ese tipo de ficción.
Vaya, ¿ni siquiera ‘Muerte de la luz’? Es maravillosa y tiene mucho en común a mi parecer con sus novelas. ¡Sí, es cierto, esa sí la he leído! Es un buen contador de historias.
Mire, a mí me hace llorar esa novela, como muchas de las de usted. Esas historias de viajeros que se quedan solos en otros mundos con gentes de otras razas, tan lejos de casa, adonde no regresarán nunca. Si se mezcla con amores imposibles y amistades rotas… La ciencia ficción no es algo menor. Y no es solo, ni especialmente, la Enterprise, Star wars o las tropas del espacio. Significa experimentar con la imaginación, responder preguntas que no tienen respuesta. Implica cosas muy profundas, que cada viaje es irreversible…
Como la vida. Exactamente. La ciencia ficción es una inmensa metáfora.
Veo en esa silla un tomo de Shelley. Sí, lo leo. La poesía es esencial. También para contar historias. Pero más para momentos cruciales. Necesito el poema y la narrativa. Son dos tempos. Cuando sea más mayor no escribiré ya historias, pero sí continuaré con la poesía. Lavinia (2008) habrá sido seguramente mi última novela como tal. Me gustaría ser como Saramago, al que tanto he admirado, pero no tengo la energía que él tenía. Y para escribir algo largo hace falta mucha energía.
No contamos con ninguna biografía suya. ¿Hay alguna en marcha? Una chica muy inteligente de California, Arwen Curry, está haciendo un vídeo sobre mí. Y Julie Phillips, la autora de la biografía sobre James Tiptree (en realidad Alice B. Sheldon), se ha mostrado interesada en escribir también la mía. No sé, una biografía mía será muy aburrida, porque no he hecho nada, cuidar de los niños y escribir, una vida muy tranquila.
No lo dirá en serio, ¡si tenían indios en casa!, y no me refiero al famoso Ishi, el último de los yana, popularizado por el libro de su madre, Theodora Kroeber, y al que ya sé que no conoció. Es cierto, venían indios a casa en California y fue una influencia muy poco corriente, algunos siguen siendo amigos míos, pero a la vez mi vida es tan convencional, de clase media intelectual.
Habría más gente interesante. Muchos refugiados europeos de la II Guerra Mundial visitaban a mis padres en Berkeley. La guerra fue muy importante en mi vida. Cuando empezó, yo tenía 11 años, y todos mis hermanos marcharon al frente. Esa guerra fue tremenda, y en realidad, desde entonces, Estados Unidos ha estado siempre en guerra y nunca ha habido una oposición seria excepto con la de Vietnam.
¿Esos números en el cristal de la ventana? La cifra de muertos estadounidenses en Irak y Afganistán, la voy cambiando. Siento no saber la de iraquíes y afganos.
Ha comentado alguna vez que le gustaban los cuentos de Lord Dunsany. Su escritura es extremadamente hermosa, como una partitura manierista, muy lejos de lo ordinario. Lo leí muy joven, todo lo que encontré, y me encantó. Fue una gran influencia temprana. Me fui separando de ese lenguaje tan poético, no en balde era contemporáneo de Yeats.
En buena parte hay que estar enamorado para leer a Yeats. Sí, pasa con muchos poetas.
¿Qué piensa del amor? ¡Oh! Que es una cosa buena, si lo consigues. Llevo muchos años, desde 1953, felizmente casada. Es un tipo de amor. No soy una experta, excepto en ese.
¿Y el otro? Algunos pueden mezclarlo. Generalmente más los hombres. No sé, está más allá de mí. El amor de los libros, el amor erótico, romántico, es muy importante, pero dura solo una parte de la vida. Hay otros tipos de amor tan importantes, el amor entre hermano y hermana –que no hay que confundir con el incesto–, basado en el hecho de crecer juntos y saber lo que otros no saben, el amor entre amigos. La capacidad humana de amar es muy variada. Pero el amor pasional es muy sexual, aunque no lo sea abiertamente. Creo que el amor se ha de basar en la confianza y la verdad, es una promesa de establecer algo, de ir adelante; eso me interesa más. Si la relación es infeliz, familias que no funcionan, amores que no van, no sé. La vida es tan compleja.
Uno de sus libros señeros y más conmovedores, ‘Los desposeídos’, trata sobre dos mundos, uno de los cuales es pobre y el otro rico, y es desde el primero desde el que llega la aportación clave que catapulta a la humanidad a las estrellas. Un bonito mensaje en estos tiempos de crisis. No sé qué decirle, me parece una crisis tan injusta e innecesaria. Entiendo muy bien a los que se alzan y protestan.
También necesitamos la fantasía. Creo que la imaginación es la principal facultad de la mente humana. La fantasía, la habilidad, el arte de usar y controlar la imaginación en narrativa es el mejor y el más feliz ejercicio en el uso de esa facultad, junto con la ciencia, que la usa para conectar hechos que parecen no relacionados.
Llevamos dos horas y pico conversando y, pese a que hace esfuerzos por no demostrarlo, la escritora está cansada. Inventar mundos es un trabajo pesado; también hablar de ellos. En un último gesto de amabilidad, sale de la habitación para pedirle a su marido, el historiador Charles Le Guin, que me acompañe al centro en automóvil, no vaya a ser que me encuentre un coyote en mi estado. Aprovecho para observar en un estante unas pequeñas muñecas kachina de los pueblos indios. Seres de otro mundo. De repente, las nubes allá fuera se abren y por los ventanales entra una ráfaga inesperada de luz que no parece luchar con la penumbra, sino instalarse en ella. Me miro las manos, entrándolas y sacándolas del haz resplandeciente. Todo parece adquirir un orden y un sentido. Un equilibrio. Ursula K. Le Guin ha regresado a la habitación y sonríe. “La luz es la mano izquierda de la oscuridad, y la oscuridad es la mano derecha de la luz; las dos son una, vida y muerte, juntas como amantes”.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada